Era tarde y ya debía salir a trabajar -también hago mandados, así que me paseo por las calles bajo el sol, que por ser invierno no se va (vivo en la capital de la primavera)-. Había estado en la computadora, hablando con un amigo, cantando una canción (o buscando una nueva, como siempre), y no recuerdo qué, que el tiempo se me pasó tan rápido y tan en silencio, que ni siquiera escuché el sonido del impacto. Así que seguí caminando, viendo mi cabello reflejado en las ventanas de mis vecinos, y haciendo sonar una puerta de fierro que siempre anda abierta como si fuera un peaje en medio de la vereda (me encanta cerrarla con fuerza y caminar rápido, excitado por el miedo). Ya estaba yo reflejándome en la penúltima ventana habitual, moviéndome el flequillo, cuando la hija del vecino salió y caminó derechito hacia la pista, se paró en la vereda y miró hacia un costado, tratando de ver, de lejos (como quien no quiere la cosa, como quien conmigo no es pero ahí estoy, o, mucho mejor en este caso, como "quédate en casa y no salgas, ¿me entiendes hija?"). ¿Qué mirará? Seguí caminando. Volteé la esquina, caminé paralelo a la pista, preguntándome si las chicas de la cebichería me veían, subí en perpendicular, pensando que el loco del barrio estaría en su techo saludando a la gente, y volteé de nuevo, a la derecha, subiendo a la vereda.
¿Qué? mmm...¿balacera?
En la esquina, en el cruce de la Avenida Larco con la Panamericana, gente se amontonaba, se movían lentamente, se volteaban, regresaban la mirada, y los policías vestidos de negro, con chaquetas de cuero, bloqueaban el tránsito, controlaban a la gente.
¿Qué pasará? -seguí caminando, aún indeciso.- ¿Habrán atropellado a alguien? -y la imagen de esa chica, tirada en el pavimento aquella tarde, me vino a la mente, igualita con pena y todo.
Un señor de polo azul me abrió el paso, y me colé entre la gente. Extraño por no sentir igual que los demás, por no tener el rostro compungido, aunque sentía que no lo hacía. Y, he ahí el auto verde, con las cuatro puertas abiertas, el lado derecho contraído, y pedazos de vidrios, como rastros de una lluvia de madrugada. Todos nos mojamos con los charcos.
- ¡Sáquenla! ¡Sáquenla por favor! -gritaba una señora, mirando y no.
- Ya no se mueve, ¿seguirá viva? -el señor de polo azul pensaba a mi costado.
No se mueve -le respondí mentalmente.- No se mueve...ay...y sangra...y es gorda...y sangra. Dios, y sangra.
- Por acá, por acá -dos hombres con fierros, uno subido en el techo, y otro por el costado.
¿Será inútil?... ¿seguirá ahí?, ¿Qué habrá sentido...y el chófer? ¿Dónde está? ¿Será ese señor arriba del auto?...llego tarde al trabajo...son las nueve...hey! los bomberos, ¿por qué no vienen? ¿Ya los habrán llamado...? ¿Y los policías qué hacen?...¿y yo qué hago?
Me acerqué más, decidido a ayudar, y la sangre me chocó en el alma, le caía por el brazo izquierdo, y su polo blanco mostraba un hueco rojo, justo en la barriga. Me volteé, espantado y con lágrimas que no salían. Un hombre me vió alejarme, pensaba, seguro, que estaba llorando. Giré de nuevo y lo miré -como para enseñarle mis ojos secos-, y me fui en mi taxi amarillo, escuchando el sonido de la ambulancia y los bomberos que me dejaron pensar por tanto tiempo. Ojalá se salve. Ojalá se salve.
Ya en la tarde, cuando regresé a eso de las dos de la tarde, los vidrios aún seguían en la pista, pero ni rastro del auto, ni de la señora, ni de nada más. Caminé por la vereda, tratando de reconstruir los hechos, ¿tanto voló?...si el choque fue allá. Malditos traileres egocéntricos, creen que sólo existe una vía, y que nadie más debe cruzarla. ¿Será tan difícil pensar mientras se conduce?
¿Será?
lunes, 21 de abril de 2008
[....]
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Éste soy yo
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1 comentario:
no se conducir.
pero si mientras se conduce, algunos escuchan musica, y hasta hablan por telefono...
supongo que tambien se podra pensar.
solo que el hombre, ese bicho raro, a veces no aprende a darse cuenta de que cosas debe hacer.
tu escrito me dolio y senti la lluvia, y la roja sangre como si estuviera ahi
un saludo...
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