viernes, 25 de abril de 2008

Toc. Toc. Toc.


Toc. Toc. Toc -las manecillas del reloj parecen llamar. Marcan el compás del silencio. Y él se pregunta si debe cantar. Mejor no -se dice.- Mejor está un poema, algo más o menos así:

Estás dormida a mi costado
después de tanto rezo
-interior y sólo tuyo-
pues ningún movimiento alguno,
-mío e inesperado-
haré ni he hecho.

Ella rompe el silencio, se acomoda linda y amodorrada, y continúa. Escucha entre sueños y sonríe. Sonríe echada en el sofá. Toc. Toc. Toc. Sonrisa.

Las manecillas del reloj
-toc, creo, toc-
se confunden en tus respiros
realzan tus mejillas,
y tus labios
-rosas y con brillos-
afianzan mis deseos
me acercan tu suspiro.

El reloj da las seis. Campanadas. Seis en total -él esperaba dieciocho. Ella, haciéndose la dormida, despierta súbitamente, con la cara adormecida y los cabellos revueltos. "¿Qué has hecho, chico mío, mientras yo dormía?". Él, perturbado muy de pronto, continúa nuevamente, continúa, cerrado los ojos:

Oh, doncella mía,
-que has vuelto de la ida-
toma esta ofrenda
y dime si eres mía,
si este movimiento
-certero y avisado-
será, esta vez, recibido sin reparos.
Dime, si esos tuyos ojos
-cerrados o abiertos-
se posan sin cansancio
en este -baldío- terreno...

Y ella, precisa y repentina, le toca levemente, sus labios con los suyos. Y desespera:

Toc. Toc. Toc -dice ella.- a tu puerta llamo. No, no, no es el reloj, soy yo de nuevo . Tu cariño sin sentido. Tu doncella no dormida. O tu acuarela imborrable. La más querida.

Sonríe.

Vamos amor -retoma él.- Callemos con el tiempo. Que los segundos marquen los puntos, suspensivos y eternos, de esta noche inmensa.

Toc. Toc. Toc...(nocturnos murmullos).

miércoles, 23 de abril de 2008

Te espero en el árbol

lunes, 21 de abril de 2008

[....]

Era tarde y ya debía salir a trabajar -también hago mandados, así que me paseo por las calles bajo el sol, que por ser invierno no se va (vivo en la capital de la primavera)-. Había estado en la computadora, hablando con un amigo, cantando una canción (o buscando una nueva, como siempre), y no recuerdo qué, que el tiempo se me pasó tan rápido y tan en silencio, que ni siquiera escuché el sonido del impacto. Así que seguí caminando, viendo mi cabello reflejado en las ventanas de mis vecinos, y haciendo sonar una puerta de fierro que siempre anda abierta como si fuera un peaje en medio de la vereda (me encanta cerrarla con fuerza y caminar rápido, excitado por el miedo). Ya estaba yo reflejándome en la penúltima ventana habitual, moviéndome el flequillo, cuando la hija del vecino salió y caminó derechito hacia la pista, se paró en la vereda y miró hacia un costado, tratando de ver, de lejos (como quien no quiere la cosa, como quien conmigo no es pero ahí estoy, o, mucho mejor en este caso, como "quédate en casa y no salgas, ¿me entiendes hija?"). ¿Qué mirará? Seguí caminando. Volteé la esquina, caminé paralelo a la pista, preguntándome si las chicas de la cebichería me veían, subí en perpendicular, pensando que el loco del barrio estaría en su techo saludando a la gente, y volteé de nuevo, a la derecha, subiendo a la vereda.

¿Qué? mmm...¿balacera?


En la esquina, en el cruce de la Avenida Larco con la Panamericana, gente se amontonaba, se movían lentamente, se volteaban, regresaban la mirada, y los policías vestidos de negro, con chaquetas de cuero, bloqueaban el tránsito, controlaban a la gente.

¿Qué pasará? -seguí caminando, aún indeciso.- ¿Habrán atropellado a alguien? -y la imagen de esa chica, tirada en el pavimento aquella tarde, me vino a la mente, igualita con pena y todo.

Un señor de polo azul me abrió el paso, y me colé entre la gente. Extraño por no sentir igual que los demás, por no tener el rostro compungido, aunque sentía que no lo hacía. Y, he ahí el auto verde, con las cuatro puertas abiertas, el lado derecho contraído, y pedazos de vidrios, como rastros de una lluvia de madrugada. Todos nos mojamos con los charcos.

- ¡Sáquenla! ¡Sáquenla por favor! -gritaba una señora, mirando y no.
- Ya no se mueve, ¿seguirá viva? -el señor de polo azul pensaba a mi costado.
No se mueve -le respondí mentalmente.- No se mueve...ay...y sangra...y es gorda...y sangra. Dios, y sangra.
- Por acá, por acá -dos hombres con fierros, uno subido en el techo, y otro por el costado.
¿Será inútil?... ¿seguirá ahí?, ¿Qué habrá sentido...y el chófer? ¿Dónde está? ¿Será ese señor arriba del auto?...llego tarde al trabajo...son las nueve...hey! los bomberos, ¿por qué no vienen? ¿Ya los habrán llamado...? ¿Y los policías qué hacen?...¿y yo qué hago?

Me acerqué más, decidido a ayudar, y la sangre me chocó en el alma, le caía por el brazo izquierdo, y su polo blanco mostraba un hueco rojo, justo en la barriga. Me volteé, espantado y con lágrimas que no salían. Un hombre me vió alejarme, pensaba, seguro, que estaba llorando. Giré de nuevo y lo miré -como para enseñarle mis ojos secos-, y me fui en mi taxi amarillo, escuchando el sonido de la ambulancia y los bomberos que me dejaron pensar por tanto tiempo. Ojalá se salve. Ojalá se salve.

Ya en la tarde, cuando regresé a eso de las dos de la tarde, los vidrios aún seguían en la pista, pero ni rastro del auto, ni de la señora, ni de nada más. Caminé por la vereda, tratando de reconstruir los hechos, ¿tanto voló?...si el choque fue allá. Malditos traileres egocéntricos, creen que sólo existe una vía, y que nadie más debe cruzarla. ¿Será tan difícil pensar mientras se conduce?
¿Será?

jueves, 17 de abril de 2008

Luna - Alessandro Safina (Italian version)



(Only you can hear my soul, only you can hear my soul)

Luna tú
cuántos son los cantos que escuchaste ya
cuántas las palabras dichas para ti
que han surcado el cielo sólo por gozar
una noche el puerto de tu soledad

Los amantes se refugian en tu luz
sumas los suspiros desde tu balcón
y enredas los hilos de nuestra pasión
luna que me miras ahora escúchame

(only you can hear my soul)

Luna tú,
sabes el secreto de la eternidad
y el misterio que hay detras de la verdad
guíame que a ti mi corazón te oye
me siento perdido y no sé...

No sé que hay amores
que destruyen corazones
como un fuego que todo lo puede abrazar

Luna tú,
alumbrando el cielo y su inmensidad
en tu cara oculta qué misterio habrá
todos escondemos siempre algún perfil

Somos corazones bajo el temporal
ángeles de barro que deshace el mar
sueños que el otoño desvanecerá
hijos de esta tierra envuelta por tu luz
hijos que en la noche vuelven a dudar

Que hay amores
que destruyen corazones
como el fuego que todo lo puede abrazar
Pero hay amores
dueño de nuestras pasiones
que es la fuerza que al mundo
siempre hará girar

(only you can hear my soul)

miércoles, 16 de abril de 2008

Adiós

La noche era como un pizarrón negro manchado de tiza blanca, nubes casi imperceptibles se amontonaban en el cielo, girando, grises y pesadas. Él, el noctámbulo, casi ni notaba que venía por una calle vacía, famosa por las historias de terror y asaltos apurados (claro, los choros también tenían miedo). Venía de trabajar, aunque realmente de un café, al frente de su oficina. Se había sentado solo, a escribir un rato, a beber algo caliente para llenar el vacío de esa silla marrón. Deberían haber mesas individuales -pensó. Pero una vez más, viendo la gente pasar a su costado, la mesera dejando perfume en el ambiente, los gestos de los comensales, el ruido de los autos... no pudo escribir, sentía que alguien lo veía, que lo que escribía era leído por todos. Nunca realizaría ese sueño recurrente suyo: sentarse en un cafe de París, y escribir inspirado, después de una noche con Florcita. Se había resignado, ambas partes eran difíciles, sobretodo la de ella.
Seguía caminando por esa ruta oscura. Sin darse cuenta había ido a parar por otro camino y ahora tenía que darle una vuelta a la urbanización, porque así era más fácil: todo recto circular, viendo casonas viejas de jardines secos. Pero ni cuenta él, distraidísimo como siempre, vivo sólo en casos extremos, y sin duda pocos. Pensaba, en el cuaderno que había olvidado en la mesa, en sus escritos de todo el año. Cuando se fue, dejó el dinero dentro del cuaderno, distraidísimo, pensando que era la cartera del dinero y lo dejó ahí, con propina y todo. La chica estaría ahora matándose de la risa, enseñándole a todo el mundo las cosas que escribía; sí, el señor que se sentó ahí; diría; el de cabello negro y ojos redondos, sí, él mismo, el de ojeras profundas; y los demás dirían; qué cosas escribe, patético, ¡mejor debería dormir, que mal aspecto ya tiene!; se lo imaginaba todo, así pasaría, todito, si regresaba tendría que enfrentarse a los ojos color café de la mesera, desear sentir su perfume aún más de cerca, y ponerse rojo cuando ella levantase el cuaderno verde, leyera un poema melancólico, y reir de sí mismo, reir para evitar la atención (ser uno de ellos). No había forma de recuperarlo.
Volvió la cabeza al cielo. Sin estrellas. Nada era peor...esperen, ¿dónde estoy? Se había parado en seco, esa calle no conocía, vacía nunca había estado la avenida por donde iba, ¡caracho! todo me sale mal, ahora falta que me asalten. Mejor apuró el paso. Pero más allá pensó en una mejor idea. En un jardín cercano, dos siluetas paradas tomaban forma, muy reales, que se acercaban a la vez. Fantasmas no deben ser. Y Empezó a correr. Los dos hombres esperaron y lo siguieron, gritándole, maldiciendo, ¡para! le decían, ¡para! Pero él ni caso, cojudo no era -se decía.- Si alguien te quiere parar, en una calle oscura, vacía, no es para pedirte la hora, devolverte algo, o pedir compañía. ¡NO! ¡COJUDO NO SOY! -gritó. Y corrió aún más, perdiéndose de vista.
- Ay -pensó.- Adiós cuaderno verde.

domingo, 13 de abril de 2008

Amarillo Chatarra

Era el colmo. Por las puras se había levantado tan temprano y mírenlo, correr desesperado tras un micro, un colectivo, o un taxi (en ese orden). La camisa planchadita, los zapatos llenos de gotas de agua, y el cabello mojado, tan mojado que la caspa parecía nieve en una noche azabache. Se iba a su clase de francés, y maldecía -en inglés- la suerte que tenía. ¡Los taxis se habían enterado que eran plato de segunda mesa! Menos uno, claro, después de cierto tiempo.
Entró y cerró apurado la puerta de metal; dijo donde iba y el taxi arrancó, sin la menor bulla, sin la menor molestia, el taxista pisó el pedal y ya estaban en camino, tranquilos; fue entonces que el vacío vino y los detalles saltaron, la vista se fijó en lugares visibles, en los gestos del conductor, sus facciones, su sonrisa plástica y brillantemente amarilla. Le sonreía. Luego vino lo obvio, la torpeza casi desapercibida, pues no duró ni un instante. Había entrado ciegamente a ese auto. Trató de bajar la luna para relajarse. Movió la mano sin quitar la vista de la calle, queriendo borrar aquel pedazo que le separaba del ruido, de la brisa, del smog. No pudo. Su mano se movió y cayó una y otra vez, buscando lo esperado, tanteando la ausencia de algo sólido. No había manija. La luna, pedazo de plástico gris, estaba completamente subida, arbitrariamente y dejada a sus anchas, sin ningún remedio. Probó con la del otro lado y se dio cuenta, al fin, después de examinar las dos lunas delanteras, que estaba atrapado. Sintió cómo los vidrios grises se transformaban en humo negro y empezaba a asfixiarlo. El taxista sonreía. Pensó entonces en saltar por una puerta, agarrar de pronto la osadía y abrirse al aire libre, caer al pavimento. ¡Pero tampoco había gancho alguno, palanca pequeña, manija o cerrojo de donde jalar, por donde huir! Sólo un cable viejo sobresalía de un hueco oxidado. No le quedó otra más que pensar. ¿Qué se hace en estos casos? ¿Qué se hace cuando el taxista tiene pelo largo y rostro extremadamente amigable? ¿O cuando viste un polo blanco lleno de huecos?
El auto siguió avanzando por la avenida a una velocidad constante. No había semáforo alguno, en ningún momento el auto se detuvo. Cuando pasaban por las desviaciones principales, él rogaba mentalmente (lleno de imágenes fugaces)que no ocurriera, que el auto continuara por la ruta de siempre. Siempre así. Un momento agudo, preciso en cada bocacalle. Luego respiraba hondo, sin mirar a ningún lado, y levantaba la vista. Ahí de nuevo la sonrisa, los ojos brillosos a través del espejo. ¿Será gay? Empezó a sentir frío. ¿Por qué no le decía que se bajaba, que en la siguiente esquina estaba bien? No le pediría explicaciones, no podía...¿no? Claro, no podía. Igual, él se bajaba y punto. Y si...lo entendía, era el miedo lo que le paralizaba. El miedo de que se revele. Antes de tiempo o después era igual; violador, delincuente, asaltante, era igual, antes o después. No dijo nada. Se resguardó en la idea de que ya faltaba poco. Ya estaban más de la mitad, faltaba poco, sin duda. Sin duda...

- ¿Qué cuadra me dijiste? -dijo de pronto el taxista, con una voz que de pronto confirmó todas sus angustias.

- O-ocho -dijo él, simulando tranquilidad, poniendo la voz lo más grave que podía.

- ¿Es esa casona con banderas?

Y entonces algo de pronto se despejó en su mente. Despertó súbitamente y miró, sin demorar, que la casona en la cuadra ocho ya estaba ahí, a escasos números. Se dejó caer en el asiento, casi sonriendo.

- Sí, esa misma.

Cuando el auto paró le pagó los cuatro soles, recogió sus cosas del asiento, y se dispuso a salir. Pero se detuvo, volviendo la vista de nuevo. Otra vez la sonrisita, el polo blanco con huecos y la cara de plástico, estirada y brillosa. Se quedaron así, con la mirada sostenida en la del otro.

- ¿Qué pasa? -pareció decirle el conductor con la mirada, sólo le faltó decir querido.

- ¿Cómo abro la puerta? -preguntó él, incómodo.

El taxista al inicio no entendió, algo en su rostro parecía debatirse, un gesto fruncido, una mirada penetrante (como si quisiera leerle la mente); y luego, como si fuera algo obvio, y algo molesto también, dijo secamente.

- Ah, sólo jala del cable.

Él procedió, incrédulo, y un ligero clic hizo eco en su cabeza.

- Jeje, ¡claro!

Y salió corriendo a su clase de francés, esta vez pensando en castellano, pues era el único idioma en el que se sabía tantas palabrotas.

jueves, 10 de abril de 2008

Mi cariño sin sentido

Hoy, sentí de nuevo la barrera,
entre mi mundo y el tuyo.

El tuyo, persona inexistente, cariño sin sentido.

Hoy, me cargué de sentimiento,
y me quedé vacío
de palabras y de comas.

Hoy la noche es muy oscura
y, aunque el artificio siempre alumbre,
extraño tu mirar,
las manchitas en tus ojos
el brillo en tus pupilas.

Hizo frío como ayer,
y tu delicado peso
no estuvo junto al mío.
Hoy, no tengo ganas de escribir,
de tenerte presente,
de sentirte lejos,
mi cariño sin sentido
mi cariño sin sentido.

.......................
Éste el último, lo prometo.

domingo, 6 de abril de 2008

Para ti, de nuevo.

Yo no sé si sigues bien, si la soledad te acompaña aun mejor. Yo no sé si resistes bien, si el amor, que dices sentir, no se apaga al exterior. Yo no sé, no sé, si tu cáscara, tu sonrisa, es más efectiva que la mía. ¿Está bien seguir fingiendo?
Yo no sé si tus abrazos, son de amiga o de "te quiero". No sé si tu mirada, se confunde en mi interior, y disimulo lo que siento. ¿Disimulo, amor?
¿Cómo entonces, seguir debo? Si me has dejado el miedo ¿Cómo entonces yo te olvido? Si sin ti no encuentro el gusto, no tiemblo de placer [si miro tus marrones ojos, o si siento tu delgado cuerpo].
Yo no sé, por qué hoy no resistí, a tu recuerdo y a tu voz. Por qué de pronto sé, que soy tuyo pero no.
Yo no sé.

miércoles, 2 de abril de 2008

No son nuestros

Entró corriendo a la casa; mirando con los ojos inquietos, levantando cada cuaderno de cuarto en cuarto, desempolvando la casa ¡Cómo maldecía esa alergia! ¡Papel higiénico!-gritaba. Pero nadie en la casa, señor, nadie de nuevo. Se había quedado solo, sin previo aviso ni despedida. Llegó a la casa y vacía, sin rastro de nadie, señor, sin notas de consideración: "Ya vengo hijo mío" "Cuida bien la casa". Ni siquiera un "Ya vuelvo".
Pensando, se sentó en el comedor.
¿Dónde andaría ese papel? Siempre compraban planchas, se acababa una y seguía otra. Así. Siempre.
¿Dónde andaría ese papel?
Perlita, ¿Sabes dónde está el papel? -le preguntó cansado. Pero ella no contestó, se hacía la dormida debajo de su silla, con las orejas cubriéndose los ojos.- ¡Esa de salaya! -le dijo, cansado otra vez. Y empezó de nuevo a buscar con la vista, con la mente (como jugando). Como si fuera posible, se dijo, riendo, ridícula idea, ridícula idea. Pero no resistió. Cerró los ojos, e imaginó la casa; recordó horas antes, cosas que vio, que se le fueron.

Tonto... -pensó.- Tu mamá se fue justo a eso.


Ella llegó tranquila. No tocó la puerta. Se pegó a ésta y empezó a llamar. ¿Juan, estás ahí Juan?
. Cuánto tiempo habría estado ahí, llamando en voz baja. Él la hizo entrar rapidísimo, avergonzado (no sabía por qué) por no hacerla pasar antes. Te pasaste, Juan, te pasaste -pensaba. Luego se le pasó el remordimiento, se olvidó de la puerta, de los susurros, y se fue de frente, a coger la plancha de papeles higiénicos Suave.

- No los toques -le dijo su mamá, desde la cocina.- No son nuestros.

Y él sonrió, abriendo la bolsa, pensando de nuevo que nada era suyo.

- Ya má, ahí lo dejo.

Y salió por la puerta de servicio, calmando la alergia.