sábado, 31 de mayo de 2008

¿Me debo detener?

sábado, 24 de mayo de 2008

:

Descuida -le dijo otro al pasar.- Todos bendicen la piedra en el camino.

Y siguió caminando.

"Pero sólo cuando me pasan" -pensó la piedra.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Gusano verde-verde

Hay un gusanito en mi pantalón. Es verde por los costados, y muy al centro una línea amarilla parece recorrerle entero. El sol, amarillo -y blanco cuando lo ves-, se filtra entre la copa del árbol, y las hormigas, esas hormigas, van en fila india y ascendente, trepan despreocupadamente y muy lento, cargando doblemente su peso y al mundo entero, que les friega con la gravedad.
Sigue caminando, el gusanito éste, ondeando su cuerpo, para arriba y para abajo como un hilo pavilo. Lo miro ascender, y se detiene. Vuelvo la cabeza y avanza. Él sabe que lo observan, se queda inmóvil, como ahora, aplicando el camuflaje, seguro. Pero, te fregaste gusano verde, mi pantalón es color cartón, y el sol, muy en lo alto como siempre, fastidia tu cuerpo. ¡Puedo ver tu sombra sudorosa!
¿Qué harás ahora, gusano verde-verde?
Observarte es la única forma. Saber que estás inquieto, mirando de reojo, es la manera. Tengo que saber. Falta mucho para que la vieja tea se oculte tristemente. De pronto, alzas la cabeza -imperceptiblemente más gruesa, clavito de cabeza angosta- e intentas una mirada conmovedora. Ahí está. Ojos pelados y luminosos, tu mejor esfuerzo sin duda. Pero, jo, gusanito, dime, ¿acaso notas que el sol te cae en el rostro? Lo siento, jeje, mi piedad no llega a las sombras.

¿Y ahora?

Avanzas, no sé por qué, pero te arrastras. Si llegas a mi rodilla te aplasto. Escucha bien gusanito, ¡te aplasto! Tengo curiosidad, jeje. Me pregunto si por dentro también eres verde. Pero sigue, tan malo no soy. Empieza a disfrutar el momento de tu muerte, que será instantánea y no te dejará decir "Adiós". ¿Pero qué? ¡Mier...! Una hormiga de...¡me ha picado! ¡Auch! Reina de...¡la reina! ¡Las hormigas han conspirado! Reunidas todas en la copa del árbol lo han planeado todo. El gusanito traidor sólo me estaba entreteniendo, ¡cuando las hormigas aceituna eran su salvación!
Adiós gusano..., ve volando sobre esa hoja, ancha y verde, que las hormigas te lanzaron. Ve contento camuflado, como una nerbadura más. Que las hormigas, histéricas y alegres, se esconden en la copa de este árbol. Y el sol, después de todo, rueda airosamente, a quemar la otra parte del mundo.

Adiós gusano verde.

viernes, 2 de mayo de 2008

Sublime

Él pensaba que quedarse quieto era sumamente fácil. Echarse, con la música a un volumen despacio, abrir el libro y leer, libre de toda distracción (incluso de sus propios pensamientos). Pero una cosa es pensar, y otra muy distinta es quedarse encerrado. ¿Por qué el calor lo aturdía tanto? Las piernas le quemaban, la barba le producía escozor, un grado más -se decía-, ¡un grado más de calor y te rasuro! Por suerte el horno no variaba de temperatura. La cocción estaba tomando punto. Muy pronto sonaría la campanilla anunciando un bronceado perfecto; pero él seguiría encerrado en el cuarto, esta vez pasando por la segunda fase de la receta: el ahumado.
Se echó de bruces sobre la almohada, con el libro a un costado y los lentes más allá. El celular no sonaba. 15:20pm. Se dedicó a mirar su cuarto. Las paredes no parecían ceder aún al poder ondeante del verano. Azules, completamente añiles más bien, estaban casi vacías, uno que otro espacio cubierto por un póster oportuno -sus gustos, respecto a cosas materiales, cambiaban extremadamente rápido y, sobretodo, se cansaba con facilidad-. Siguió observando. El estante de libros empolvados llegaba casi al techo. Su hermano, que dormía en la parte superior del camarote dejando una noche, dejaba también ahí sus libros y dale con conseguirse tomos gruesos, inhumanos (no alcanzaba cogerlos sólo con una mano), así que era más Medicina que Literatura, y uno que otro libro de Derecho, porque le remordía seriamente tirarlos por el suelo. Libros son libros -se decía-. Sólo espero que el polvo los cubra más.

Alguien llamó a la puerta. Dos toques rápidos y musicales embistieron la madera. No podía ser nadie más que su madre.

- ¿Puedo pasar? -dijo en voz baja, cuando ya había entrado.- ¿Juan, qué haces?
- Nada -contestó él, entre bostezo y queja-. Me volvió la pereza.
- ¡Ay, sí! Sal afuera oye. Anímate.
- Es este calor que me invade todo y me amodorra. Lo peor es que no deja dormir.
- Ya sé. Anda compra un helado -estaba empeñadísima en animarlo.
- Tendría que cambiarme...
- Bue! Dejaré el dinero en la mesa.
- Ya -y estampó su rostro en la almohada.

El viento corría libre y rápido por la calle 24. El sol parecía haberse alejado un poco ahora, o sus rayos se habían convertido en lenguas húmedas que apenas le tocaban. Le dio gusto haberle hecho caso a su madre, se había olvidado que vivía en un balneario y que la brisa todavía llegaba hasta su casa.
Llegó a la tienda y las manos se le hicieron torpes. En el bolsillo no cabían bien, pegadas a las piernas mejor, ya no, agárrate el cabello, no...no vaya ser que la caspa...

- Hola, ¿en qué puedo ayudarte? -una sonriente chica le preguntaba detrás de un inexistente mostrador. El vidrio dejaba pasar toda su fragancia de mujer en capullo. Y sólo él la notaba. La voz se le quebró al momento de hablar.
- ¿Ah? -bésame, pensó. Pero no era tan atrevido-. Ah, sí. Helado.
- ¿Helado? -sonrió la chica, encantada por su rostro conmovido-. ¿D'onofrio?
- Sí sí, d'onofrio -respondió, actuando como si le estuviera tomando la lección a la chica misteriosa, como si esperara por la respuesta. Aunque la chica debía pensar lo contrario, era ella quien lo ayudaba.
- Entonces...¿cuál? -y frunció el entrecejo. ¡Frunció el entrecejo, Dios! Eso es una mala señal...¿no?...
- Ah, sí, qué bruto -y la chica esbozó otra sonrisa -. Sublime...-dijo él, pensando en la sonrisa.
- Son dos soles cincuenta.
- ¿Qué? -despertó de nuevo.
- El helado sublime cuesta dos soles cincuenta.
- Ah, sí, ése quiero.

La chica, Julieta, (aunque él no lo sabía), se retiró del mostrador delicadamente, cogió la llave de la heladera en un vuelo liviano, y andó sobre sus dos pies como si flotara, ningún ruido interrumpía aquel acto.

- Aquí tienes -repitió, con su voz suave y linda, inclinando la cabeza para saber si seguía ahí.
- ¡Gracias! -gritó de felicidad-. ¡Gracias! -y siguió mirándola.
- ¿Algo más? -rió esta vez. Le encantaba ese chico distraído; pero sólo como un ser curioso.
- No, nada. Creo que me voy.
- Bueno, vuelve, siempre hay helados aquí -y se fue ligera a su mostrador, quedándose quieta como una muñeca de porcelana.

La tarde se había tornado algo húmeda, el viento soplaba con fuerza contra las calles vacías de la urbanización, se podía escuchar los silbidos agudos de vez en cuando. El calor ya había pasado, el atardecer se acercaba y el balneario, fresco como siempre, se había vuelto anaranjado, como un papel viejo.
Pero su cuarto, una vez ya en él, aún seguía caliente, pero de una forma agradable, era, más bien, abrigador, y las paredes azules ahora eran negras, tan negras como el silencio en el que había caído todo el mundo, muy lejos de él.

- Sublime, sublime -dijo él, pensando en su sonrisa y dando un bocado.