miércoles, 16 de abril de 2008

Adiós

La noche era como un pizarrón negro manchado de tiza blanca, nubes casi imperceptibles se amontonaban en el cielo, girando, grises y pesadas. Él, el noctámbulo, casi ni notaba que venía por una calle vacía, famosa por las historias de terror y asaltos apurados (claro, los choros también tenían miedo). Venía de trabajar, aunque realmente de un café, al frente de su oficina. Se había sentado solo, a escribir un rato, a beber algo caliente para llenar el vacío de esa silla marrón. Deberían haber mesas individuales -pensó. Pero una vez más, viendo la gente pasar a su costado, la mesera dejando perfume en el ambiente, los gestos de los comensales, el ruido de los autos... no pudo escribir, sentía que alguien lo veía, que lo que escribía era leído por todos. Nunca realizaría ese sueño recurrente suyo: sentarse en un cafe de París, y escribir inspirado, después de una noche con Florcita. Se había resignado, ambas partes eran difíciles, sobretodo la de ella.
Seguía caminando por esa ruta oscura. Sin darse cuenta había ido a parar por otro camino y ahora tenía que darle una vuelta a la urbanización, porque así era más fácil: todo recto circular, viendo casonas viejas de jardines secos. Pero ni cuenta él, distraidísimo como siempre, vivo sólo en casos extremos, y sin duda pocos. Pensaba, en el cuaderno que había olvidado en la mesa, en sus escritos de todo el año. Cuando se fue, dejó el dinero dentro del cuaderno, distraidísimo, pensando que era la cartera del dinero y lo dejó ahí, con propina y todo. La chica estaría ahora matándose de la risa, enseñándole a todo el mundo las cosas que escribía; sí, el señor que se sentó ahí; diría; el de cabello negro y ojos redondos, sí, él mismo, el de ojeras profundas; y los demás dirían; qué cosas escribe, patético, ¡mejor debería dormir, que mal aspecto ya tiene!; se lo imaginaba todo, así pasaría, todito, si regresaba tendría que enfrentarse a los ojos color café de la mesera, desear sentir su perfume aún más de cerca, y ponerse rojo cuando ella levantase el cuaderno verde, leyera un poema melancólico, y reir de sí mismo, reir para evitar la atención (ser uno de ellos). No había forma de recuperarlo.
Volvió la cabeza al cielo. Sin estrellas. Nada era peor...esperen, ¿dónde estoy? Se había parado en seco, esa calle no conocía, vacía nunca había estado la avenida por donde iba, ¡caracho! todo me sale mal, ahora falta que me asalten. Mejor apuró el paso. Pero más allá pensó en una mejor idea. En un jardín cercano, dos siluetas paradas tomaban forma, muy reales, que se acercaban a la vez. Fantasmas no deben ser. Y Empezó a correr. Los dos hombres esperaron y lo siguieron, gritándole, maldiciendo, ¡para! le decían, ¡para! Pero él ni caso, cojudo no era -se decía.- Si alguien te quiere parar, en una calle oscura, vacía, no es para pedirte la hora, devolverte algo, o pedir compañía. ¡NO! ¡COJUDO NO SOY! -gritó. Y corrió aún más, perdiéndose de vista.
- Ay -pensó.- Adiós cuaderno verde.

2 comentarios:

L dijo...

Gracias por pasarte!

Ese del cariño sin sentido me gusto, me hace acordar a algunos que escribi yo y la manera en que lo escribiste con espacios.Muy lindo.

Suerte! y que sigamos escribiendo!

Anónimo dijo...

-w- saa nee....supongo que todo es posible...noctambulo-kun deberia ener un poco mas de confianza en si mismo...y bien, despues e todo "nadie es profeta en su tierra" asi q...q mas da?