viernes, 2 de mayo de 2008

Sublime

Él pensaba que quedarse quieto era sumamente fácil. Echarse, con la música a un volumen despacio, abrir el libro y leer, libre de toda distracción (incluso de sus propios pensamientos). Pero una cosa es pensar, y otra muy distinta es quedarse encerrado. ¿Por qué el calor lo aturdía tanto? Las piernas le quemaban, la barba le producía escozor, un grado más -se decía-, ¡un grado más de calor y te rasuro! Por suerte el horno no variaba de temperatura. La cocción estaba tomando punto. Muy pronto sonaría la campanilla anunciando un bronceado perfecto; pero él seguiría encerrado en el cuarto, esta vez pasando por la segunda fase de la receta: el ahumado.
Se echó de bruces sobre la almohada, con el libro a un costado y los lentes más allá. El celular no sonaba. 15:20pm. Se dedicó a mirar su cuarto. Las paredes no parecían ceder aún al poder ondeante del verano. Azules, completamente añiles más bien, estaban casi vacías, uno que otro espacio cubierto por un póster oportuno -sus gustos, respecto a cosas materiales, cambiaban extremadamente rápido y, sobretodo, se cansaba con facilidad-. Siguió observando. El estante de libros empolvados llegaba casi al techo. Su hermano, que dormía en la parte superior del camarote dejando una noche, dejaba también ahí sus libros y dale con conseguirse tomos gruesos, inhumanos (no alcanzaba cogerlos sólo con una mano), así que era más Medicina que Literatura, y uno que otro libro de Derecho, porque le remordía seriamente tirarlos por el suelo. Libros son libros -se decía-. Sólo espero que el polvo los cubra más.

Alguien llamó a la puerta. Dos toques rápidos y musicales embistieron la madera. No podía ser nadie más que su madre.

- ¿Puedo pasar? -dijo en voz baja, cuando ya había entrado.- ¿Juan, qué haces?
- Nada -contestó él, entre bostezo y queja-. Me volvió la pereza.
- ¡Ay, sí! Sal afuera oye. Anímate.
- Es este calor que me invade todo y me amodorra. Lo peor es que no deja dormir.
- Ya sé. Anda compra un helado -estaba empeñadísima en animarlo.
- Tendría que cambiarme...
- Bue! Dejaré el dinero en la mesa.
- Ya -y estampó su rostro en la almohada.

El viento corría libre y rápido por la calle 24. El sol parecía haberse alejado un poco ahora, o sus rayos se habían convertido en lenguas húmedas que apenas le tocaban. Le dio gusto haberle hecho caso a su madre, se había olvidado que vivía en un balneario y que la brisa todavía llegaba hasta su casa.
Llegó a la tienda y las manos se le hicieron torpes. En el bolsillo no cabían bien, pegadas a las piernas mejor, ya no, agárrate el cabello, no...no vaya ser que la caspa...

- Hola, ¿en qué puedo ayudarte? -una sonriente chica le preguntaba detrás de un inexistente mostrador. El vidrio dejaba pasar toda su fragancia de mujer en capullo. Y sólo él la notaba. La voz se le quebró al momento de hablar.
- ¿Ah? -bésame, pensó. Pero no era tan atrevido-. Ah, sí. Helado.
- ¿Helado? -sonrió la chica, encantada por su rostro conmovido-. ¿D'onofrio?
- Sí sí, d'onofrio -respondió, actuando como si le estuviera tomando la lección a la chica misteriosa, como si esperara por la respuesta. Aunque la chica debía pensar lo contrario, era ella quien lo ayudaba.
- Entonces...¿cuál? -y frunció el entrecejo. ¡Frunció el entrecejo, Dios! Eso es una mala señal...¿no?...
- Ah, sí, qué bruto -y la chica esbozó otra sonrisa -. Sublime...-dijo él, pensando en la sonrisa.
- Son dos soles cincuenta.
- ¿Qué? -despertó de nuevo.
- El helado sublime cuesta dos soles cincuenta.
- Ah, sí, ése quiero.

La chica, Julieta, (aunque él no lo sabía), se retiró del mostrador delicadamente, cogió la llave de la heladera en un vuelo liviano, y andó sobre sus dos pies como si flotara, ningún ruido interrumpía aquel acto.

- Aquí tienes -repitió, con su voz suave y linda, inclinando la cabeza para saber si seguía ahí.
- ¡Gracias! -gritó de felicidad-. ¡Gracias! -y siguió mirándola.
- ¿Algo más? -rió esta vez. Le encantaba ese chico distraído; pero sólo como un ser curioso.
- No, nada. Creo que me voy.
- Bueno, vuelve, siempre hay helados aquí -y se fue ligera a su mostrador, quedándose quieta como una muñeca de porcelana.

La tarde se había tornado algo húmeda, el viento soplaba con fuerza contra las calles vacías de la urbanización, se podía escuchar los silbidos agudos de vez en cuando. El calor ya había pasado, el atardecer se acercaba y el balneario, fresco como siempre, se había vuelto anaranjado, como un papel viejo.
Pero su cuarto, una vez ya en él, aún seguía caliente, pero de una forma agradable, era, más bien, abrigador, y las paredes azules ahora eran negras, tan negras como el silencio en el que había caído todo el mundo, muy lejos de él.

- Sublime, sublime -dijo él, pensando en su sonrisa y dando un bocado.

4 comentarios:

Adnil dijo...

jajaja me dio risa, no se si deberia de darmela, pero me da jeje, esta muy linda la chica sublime jeje, capaz y me la imagine un tanto graciosa =) pero chevere, y ya corate la barba niño!! hasta donde te la vas a dejar!

PD:(comentario a lo literario) me gustó la descripción exacta de los hechos y la forma en que los narrabas, su musicalidad =) sigue asi, vas por buen camino.

RL: jeje no me sale, pero por ahi voy, ya voy a llegar a ser una buena criticista jaja y nadie podra decirme nada...jeje =)

Anónimo dijo...

-w- gomen x no aparecer...tu sabes, los estudios...

-w- mantengo mi posicion frente a los chicos...son muy torpes y poco mandados (los q valen la pena....)

-w- pense q el sublime daria animos...

Diego! dijo...

Bonito el relato! aunque mi ALTER-EGO sólo diría: NEAT. Pero sé reconocer lo bueno a kilómetros de distancia así que ALBRICIAS!!!

Me gusta mucho todo lo cotidiano y armónico que existe en tu blog, de hecho me gustaría que me pasen cosas comunes y menos dramáticas...

Éxito y sigue escribiendo!

ces dijo...

y salir, y encontrarse con sonrisas simples y llenas de magia...
eso quiero para mi tambien.

un abrazo!